
Al cesar la tormenta se miró al espejo con aire cansado y pudo observar como ésta le había esculpido la piel y el alma y nevado las sienes.
Su energía ahora menguada, otrora magnifica, le descubría su naturaleza y su camino.
Nunca deseó sentirse así, pero tampoco hizo nada por evitarlo.
Tenía momentos de lucidez extrema, o él así lo creía, pero la mayoría del tiempo se encontraba en una casi perpetua ensoñación.
La soledad no le dolía y le daba el soplo para relajarse, pero en su mente aún vivía una razón y en su corazón espacio para ella.
Lo sabía, esa idea se encargaba de ello, pero nunca dejó que ésta se hiciera con el control y con todo el espacio.
No quería pensar en otra tormenta porque, pese a que estas tormentas nunca tengan vencedor, la lucha le había menguado.
Esta vez había decidido dejarse llevar, pero no por la mar arbolada, sino por la mar rizada, a sabiendas que algún día, esa idea volvería a dominarlo.
Como da mañana, se rascó la barba, se mojó el pelo, se peinó y salió de su casa, un nuevo día de trabajo empezaba.